/ miércoles 20 de noviembre de 2019

¿Dónde está Dios?

Hace unas semanas la familia LeBaron se hizo tristemente célebre no sólo en nuestro país. Algunos de ellos fueron víctimas de una masacre. Matar mujeres y niños indefensos demuestra una crueldad incomprensible. ¿Qué hay en el corazón de quienes llevaron a cabo esto? ¿Por qué tanto odio e insensibilidad hacia los inocentes? No es un caso aislado en México, sólo que ahora hubo mucha atención mediática.

No conozco a la familia LeBaron, pero me entristeció mucho lo que han sufrido, y he estado rezando por ellos. También aquí en Zacatecas mueren inocentes. Pudiera parecer que nos hemos acostumbrado. Yo más bien pienso que por mero instinto de conservación, ante una realidad a veces demasiado dura, preferimos ignorarla para poder seguir adelante.

Algunos se preguntan ¿dónde está Dios?, ¿acaso no le importamos?, ¿cómo es posible esto? Con una mirada de fe, hay que ser claros: sí le importamos y no nos ha abandonado. Somos más bien nosotros, a veces de manera individual y como sociedad, los que nos hemos alejado de Él. Dios nos ha hecho libres, y corrió este riesgo con todo lo que implica, por eso podemos elegir el bien o el mal. La libertad personal es una cosa muy seria. Nuestras acciones tienen consecuencias en nosotros y en los demás. Podemos hacer cosas grandiosas, pero también mucho daño.

Dios no se va de nuestra vida, está cerca, pero respeta nuestra libertad si le damos la espalda. Una parte del mundo moderno ha visto a Dios como un “estorbo” para su progreso. Su lugar lo han tomado otros dioses como el dinero, la ambición, el gozo inmediato. El problema es que si se busca la felicidad sin Dios, se termina perdiendo el rumbo, y se puede tomar por bueno lo que en realidad es malo.

Sin valores religiosos, morales o éticos de referencia, lo que rige las acciones es el propio interés, el capricho, sin importar su bondad o maldad, y así cualquiera se vuelve capaz de cometer atrocidades. Sin Dios en la escala de valores personales, terminamos justificando todo, incluso el mal causado a nosotros mismos o a los demás.

Dios no está lejos. Empecemos por no echarlo de nuestra vida. Hagamos la experiencia de la fe en la oración, leyendo la Sagrada Escritura, siendo parte de una comunidad creyente, descubriendo su presencia en cada persona a nuestro alrededor. Seamos coherentes con lo que creemos, aunque a veces fallemos o fallen otros que también creen, pues eso no es pretexto para no vivir la fe. Con Dios las cosas siempre mejoran. De una u otra manera Él tiene sus caminos, pero al habernos hecho libres, espera también nuestra respuesta responsable. ¡Gracias!


Hace unas semanas la familia LeBaron se hizo tristemente célebre no sólo en nuestro país. Algunos de ellos fueron víctimas de una masacre. Matar mujeres y niños indefensos demuestra una crueldad incomprensible. ¿Qué hay en el corazón de quienes llevaron a cabo esto? ¿Por qué tanto odio e insensibilidad hacia los inocentes? No es un caso aislado en México, sólo que ahora hubo mucha atención mediática.

No conozco a la familia LeBaron, pero me entristeció mucho lo que han sufrido, y he estado rezando por ellos. También aquí en Zacatecas mueren inocentes. Pudiera parecer que nos hemos acostumbrado. Yo más bien pienso que por mero instinto de conservación, ante una realidad a veces demasiado dura, preferimos ignorarla para poder seguir adelante.

Algunos se preguntan ¿dónde está Dios?, ¿acaso no le importamos?, ¿cómo es posible esto? Con una mirada de fe, hay que ser claros: sí le importamos y no nos ha abandonado. Somos más bien nosotros, a veces de manera individual y como sociedad, los que nos hemos alejado de Él. Dios nos ha hecho libres, y corrió este riesgo con todo lo que implica, por eso podemos elegir el bien o el mal. La libertad personal es una cosa muy seria. Nuestras acciones tienen consecuencias en nosotros y en los demás. Podemos hacer cosas grandiosas, pero también mucho daño.

Dios no se va de nuestra vida, está cerca, pero respeta nuestra libertad si le damos la espalda. Una parte del mundo moderno ha visto a Dios como un “estorbo” para su progreso. Su lugar lo han tomado otros dioses como el dinero, la ambición, el gozo inmediato. El problema es que si se busca la felicidad sin Dios, se termina perdiendo el rumbo, y se puede tomar por bueno lo que en realidad es malo.

Sin valores religiosos, morales o éticos de referencia, lo que rige las acciones es el propio interés, el capricho, sin importar su bondad o maldad, y así cualquiera se vuelve capaz de cometer atrocidades. Sin Dios en la escala de valores personales, terminamos justificando todo, incluso el mal causado a nosotros mismos o a los demás.

Dios no está lejos. Empecemos por no echarlo de nuestra vida. Hagamos la experiencia de la fe en la oración, leyendo la Sagrada Escritura, siendo parte de una comunidad creyente, descubriendo su presencia en cada persona a nuestro alrededor. Seamos coherentes con lo que creemos, aunque a veces fallemos o fallen otros que también creen, pues eso no es pretexto para no vivir la fe. Con Dios las cosas siempre mejoran. De una u otra manera Él tiene sus caminos, pero al habernos hecho libres, espera también nuestra respuesta responsable. ¡Gracias!