/ miércoles 25 de septiembre de 2019

Educar para el fracaso

Educación es sinónimo de aquello que nos ayuda a superarnos, a ser mejores, a ayudar a los demás a descubrir las propias capacidades para lograr el mayor desarrollo posible, a descubrir el mundo y sus posibilidades. Educar significa progreso, salir adelante, lograr que todos tengan lo necesario para llevar una vida digna y que las personas sean exitosas en todos los ámbitos. ¿Por qué entonces podemos hablar de educar para el fracaso?

La educación no puede ser sólo para lograr éxito económico. Recibir educación nos ayuda a encontrar nuestra vocación, a ser felices, a tener una buena vida familiar, matrimonial si es el caso, profesional, social, cultural, política en lo que tiene que ver con todos, espiritual, etc. No siempre se logra el éxito en todo, pero hay que procurar un equilibrio en todos los ámbitos de la vida.

Las personas exitosas y felices que conozco no siempre la han tenido fácil, y han tenido que superar muchos retos. No hay excepciones. Hay que aprender a levantarnos de las propias caídas, y de las dificultades externas. Es mentira el éxito sin esfuerzo.

Hoy se nos ha “vendido”, y hemos “comprado”, la falsa idea de que a los niños y a los jóvenes hay que evitarles los problemas. A veces veo con tristeza cómo los padres de familia quieren colmar todos los caprichos de sus hijos, con tal de que “no sufran lo que ellos sufrieron”, argumentan, cuando en realidad aprender a superar eso seguramente fue lo que a ellos les hizo tener éxito ahora. ¿Por qué entonces querer evitarles siempre los problemas y el fracaso a los jóvenes?

¡Hay que educar para el fracaso!, aunque suene escandaloso. Hay que enseñar a las nuevas generaciones que cuando uno fracasa no puede desmoronarse. Al principio el fracaso desconcierta, pero también nos enseña a levantarnos, a buscar lo positivo en medio de la adversidad, a darnos cuenta de lo que somos capaces. Grandes líderes de la historia mostraron sus aptitudes en medio de las dificultades.

El problema no es fracasar. El problema es no enseñar a levantarse. No siempre los padres de familia estarán presentes en las vidas de sus hijos para resolverles todo. Por eso hay que darle valor al fracaso, como una oportunidad para el éxito si sabemos aprovecharlo. Sólo se equivoca quien arriesga. No hay que educar para fracasar, hay que educar para convertir el fracaso, que será inevitable, en ocasión de aprendizaje y oportunidades, en cualquier ámbito de la vida. El fracaso cierra puertas, pero abre otras. Hay que descubrirlas y abrirlas con la llave del esfuerzo. Como dice el dicho: “a Dios rogando y con el mazo dando”. ¡Gracias!

Educación es sinónimo de aquello que nos ayuda a superarnos, a ser mejores, a ayudar a los demás a descubrir las propias capacidades para lograr el mayor desarrollo posible, a descubrir el mundo y sus posibilidades. Educar significa progreso, salir adelante, lograr que todos tengan lo necesario para llevar una vida digna y que las personas sean exitosas en todos los ámbitos. ¿Por qué entonces podemos hablar de educar para el fracaso?

La educación no puede ser sólo para lograr éxito económico. Recibir educación nos ayuda a encontrar nuestra vocación, a ser felices, a tener una buena vida familiar, matrimonial si es el caso, profesional, social, cultural, política en lo que tiene que ver con todos, espiritual, etc. No siempre se logra el éxito en todo, pero hay que procurar un equilibrio en todos los ámbitos de la vida.

Las personas exitosas y felices que conozco no siempre la han tenido fácil, y han tenido que superar muchos retos. No hay excepciones. Hay que aprender a levantarnos de las propias caídas, y de las dificultades externas. Es mentira el éxito sin esfuerzo.

Hoy se nos ha “vendido”, y hemos “comprado”, la falsa idea de que a los niños y a los jóvenes hay que evitarles los problemas. A veces veo con tristeza cómo los padres de familia quieren colmar todos los caprichos de sus hijos, con tal de que “no sufran lo que ellos sufrieron”, argumentan, cuando en realidad aprender a superar eso seguramente fue lo que a ellos les hizo tener éxito ahora. ¿Por qué entonces querer evitarles siempre los problemas y el fracaso a los jóvenes?

¡Hay que educar para el fracaso!, aunque suene escandaloso. Hay que enseñar a las nuevas generaciones que cuando uno fracasa no puede desmoronarse. Al principio el fracaso desconcierta, pero también nos enseña a levantarnos, a buscar lo positivo en medio de la adversidad, a darnos cuenta de lo que somos capaces. Grandes líderes de la historia mostraron sus aptitudes en medio de las dificultades.

El problema no es fracasar. El problema es no enseñar a levantarse. No siempre los padres de familia estarán presentes en las vidas de sus hijos para resolverles todo. Por eso hay que darle valor al fracaso, como una oportunidad para el éxito si sabemos aprovecharlo. Sólo se equivoca quien arriesga. No hay que educar para fracasar, hay que educar para convertir el fracaso, que será inevitable, en ocasión de aprendizaje y oportunidades, en cualquier ámbito de la vida. El fracaso cierra puertas, pero abre otras. Hay que descubrirlas y abrirlas con la llave del esfuerzo. Como dice el dicho: “a Dios rogando y con el mazo dando”. ¡Gracias!