/ lunes 26 de julio de 2021

El metodólogo del deporte │ Sin discapacidad para lograrlo

Te platicare de la historia de un atleta que conoció su sueño lográndolo, si lográndolo, pues, su vida no fue un sueño, sino una realidad.

En cierta ocasión, salí por la mañana a trotar un rato sobre la pista de tartán, al terminar, recogí mi mochila saqué mi garrafa con agua y me senté a descansar a un costado de la pista, donde pegaba una sombra y, luego de esto, un muchacho como de 15 años de edad se me acercó y me saludó muy respetuosamente y, comenzamos a charlar y me comentó, que él todas las mañanas viene a ver correr a la gente en la pista, y que le gustaría hacer lo mismo, me comenta que él recorre cerca de tres kilómetros de su casa a la deportiva y lo hace en mucho tiempo, pues, su discapacidad física le impide hacerlo como lo hacemos los demás. Él no tiene su brazo ni su pie izquierdo, camina ayudado de unas muletas diseñadas para su discapacidad, me llamó mucho la atención y le comenté que yo soy entrenador deportivo, luego sonrió y con su muleta derecha y su mano derecha me saludo y me dijo…hoy Dios me ha escuchado, a diario le pido que conozca alguien quien me ayude a lograr una meta que tengo por lograr.

Me comentó que él deseaba correr un maratón olímpico de 42 kilómetros, me quede sorprendido, ya que es una distancia muy larga para terminarla por su discapacidad y nunca ha corrido primero ni cinco ni diez kilómetros.

-Ese es mi reto Max, yo no soy diferente a los demás, yo soy igual a todos los que corren en esta pista todas las mañanas. Ayúdeme por favor a usted es la última persona que se lo voy a pedir- me dijo.

Entrenamos dos años y medio sin importar que lloviera o hiciera calor, poco a poco trotamos más kilómetros hasta donde visualicé que era el momento de lograr la gran hazaña… Correr un maratón sin un pie y un brazo, sólo con el pie derecho y su muleta izquierda. Y así fue, llegó ese día, lo acompañé durante todo el recorrido, lo logramos en cerca de doce horas, ya no había nadie en la meta, más que unas pocas personas que regresaron al saber que lograríamos nuestra hazaña.

Nunca olvidaré su sonrisa al correr, cuando pasamos los quince kilómetros, ni tampoco cuando llegamos a la mitad del recorrido y nos sentamos a descansar en una glorieta, hay me tendió su mano y con su rostro lleno de sudor me dio las gracias por hacer todo eso por él.

Al llegar al kilómetro 39, se detuvo me miró, volteo al horizonte donde estaba su meta, comenzó a rezar volteando hacia arriba, como buscando a Dios y platicar con él, luego de esto, comenzó a llorar y no dejó de hacerlo hasta llegar a su meta.

Mis amados padres me enseñaron desde chico que siempre que deseara lograr algo grande, lo primero que debo de hacer es dejárselo a Dios y luego, luchar y nunca dejar de hacerlo hasta conseguir ese sueño o meta realizada, lo sabía, porque desde el primer día que conocí a mi atleta puse su objetivo en las santas manos de Dios que nos ayudarían a terminarlo. Llegamos al kilómetro final, su cuerpo estaba dando todo de él y no dejó de llorar y escuchaba que a Dios le daba gracias; al llegar a esa distancia me di cuenta que yo estaba haciendo lo mismo, pues, dentro de mi sudor estaban mis lágrimas y dentro de mi mente hablaba con Dios y le daba gracias por tan hermoso día de mi vida.

Comprendí que no triunfa quien no tuvo momentos difíciles…Triunfa aquel que pasó por ellos, luchó y nunca se rindió.


Te platicare de la historia de un atleta que conoció su sueño lográndolo, si lográndolo, pues, su vida no fue un sueño, sino una realidad.

En cierta ocasión, salí por la mañana a trotar un rato sobre la pista de tartán, al terminar, recogí mi mochila saqué mi garrafa con agua y me senté a descansar a un costado de la pista, donde pegaba una sombra y, luego de esto, un muchacho como de 15 años de edad se me acercó y me saludó muy respetuosamente y, comenzamos a charlar y me comentó, que él todas las mañanas viene a ver correr a la gente en la pista, y que le gustaría hacer lo mismo, me comenta que él recorre cerca de tres kilómetros de su casa a la deportiva y lo hace en mucho tiempo, pues, su discapacidad física le impide hacerlo como lo hacemos los demás. Él no tiene su brazo ni su pie izquierdo, camina ayudado de unas muletas diseñadas para su discapacidad, me llamó mucho la atención y le comenté que yo soy entrenador deportivo, luego sonrió y con su muleta derecha y su mano derecha me saludo y me dijo…hoy Dios me ha escuchado, a diario le pido que conozca alguien quien me ayude a lograr una meta que tengo por lograr.

Me comentó que él deseaba correr un maratón olímpico de 42 kilómetros, me quede sorprendido, ya que es una distancia muy larga para terminarla por su discapacidad y nunca ha corrido primero ni cinco ni diez kilómetros.

-Ese es mi reto Max, yo no soy diferente a los demás, yo soy igual a todos los que corren en esta pista todas las mañanas. Ayúdeme por favor a usted es la última persona que se lo voy a pedir- me dijo.

Entrenamos dos años y medio sin importar que lloviera o hiciera calor, poco a poco trotamos más kilómetros hasta donde visualicé que era el momento de lograr la gran hazaña… Correr un maratón sin un pie y un brazo, sólo con el pie derecho y su muleta izquierda. Y así fue, llegó ese día, lo acompañé durante todo el recorrido, lo logramos en cerca de doce horas, ya no había nadie en la meta, más que unas pocas personas que regresaron al saber que lograríamos nuestra hazaña.

Nunca olvidaré su sonrisa al correr, cuando pasamos los quince kilómetros, ni tampoco cuando llegamos a la mitad del recorrido y nos sentamos a descansar en una glorieta, hay me tendió su mano y con su rostro lleno de sudor me dio las gracias por hacer todo eso por él.

Al llegar al kilómetro 39, se detuvo me miró, volteo al horizonte donde estaba su meta, comenzó a rezar volteando hacia arriba, como buscando a Dios y platicar con él, luego de esto, comenzó a llorar y no dejó de hacerlo hasta llegar a su meta.

Mis amados padres me enseñaron desde chico que siempre que deseara lograr algo grande, lo primero que debo de hacer es dejárselo a Dios y luego, luchar y nunca dejar de hacerlo hasta conseguir ese sueño o meta realizada, lo sabía, porque desde el primer día que conocí a mi atleta puse su objetivo en las santas manos de Dios que nos ayudarían a terminarlo. Llegamos al kilómetro final, su cuerpo estaba dando todo de él y no dejó de llorar y escuchaba que a Dios le daba gracias; al llegar a esa distancia me di cuenta que yo estaba haciendo lo mismo, pues, dentro de mi sudor estaban mis lágrimas y dentro de mi mente hablaba con Dios y le daba gracias por tan hermoso día de mi vida.

Comprendí que no triunfa quien no tuvo momentos difíciles…Triunfa aquel que pasó por ellos, luchó y nunca se rindió.