/ jueves 7 de enero de 2021

La puerta de Jano │ Una musa llamada Safo

En la época arcaica de la cultura griega (circa 600 a.c.) vivió una poetisa nacida en la isla de Lesbos llamada Safo. Hace tiempo encontré en una pequeña librería un trabajo comentado sobre esta figura (Pablo Ingberg, Safo, Antología, Editorial Losada, Argentina, 2003) y habiendo prestado el libro, increíblemente volvió a mis manos. Cuando paseaba por sus hojas me detuvo un verso: “Viniste, te anhelaba y refrescaste mi alma encendida de deseo”. Me ha parecido como el haikú que en la potencia de su brevedad conjuga todo un universo. Platón la llamó la Décima Musa haciendo alusión a las nueve musas de la Grecia arcaica que eran: Calíope (musa de la oratoria), Clío (musa de la historia), Erato (musa de la lírica), Euterpe (musa de la música), Melpómene (musa de la tragedia), Polimnia (musa de los cantos sagrados), Talía (musa de la comedia), Terpsícore (musa de la danza) y Urania (musa de la astronomía). Y aunque en esa Grecia poblada de talentosos varones también hubo algunas decenas de poetisas, ésta de quien hablamos se distinguió por ser apreciada por sus críticos y admiradores. Curiosamente coincide con el epíteto que se le puso también a Sor Juana Inés de la Cruz a la cual se le llamó “la Décima musa mexicana”.

Safo, como decía, nació en una isla, pero fundó una célebre escuela para mujeres: La casa de las servidoras de las musas donde además de aprender arte, literatura, poesía y música, las féminas se dedicaban a engarzar coronas de flores ya que muchas de ellas, si no eran destinadas al matrimonio, estaban ahí para consagrarse a Afrodita (más tarde en la época romana fueron consagradas al culto de la diosa Vesta).

A nuestra época solo han llegado cerca de doscientos fragmentos de poesía de este personaje, pero de acuerdo a una especie de enciclopedia bizantina se atribuyen a Safo “nueve libros de cantos líricos” y la reconstrucción de su vida descansa en las obras de Heródoto y Eusebio de Cesárea, entre otros.

Fuentes sin constatar indican que en la biblioteca de Alejandría fue quemada gran parte de su obra que gira en torno al amor, la muerte y la naturaleza, mencionando también a muchas de sus discípulas y muchos dioses del olimpo: “Al morirse yacerás y nunca habrá recuerdo de ti en lo sucesivo, pues parte alguna tienes en las rosas de Pieria, e ignota hasta en el Hades vagarás entre oscuros muertos revoloteando”.

Frente a la existencia de su obra, a las muchas versiones e interpretaciones de su vida y poca veracidad de los biógrafos, los especialistas han optado por analizar la obra literaria desde la filología: “Amor me ha sacudido el alma, como el viento desde el monte embiste las encinas”.

Entre la leyenda, la historia y la interpretación literaria se debate la figura de esta poetisa que deja rastros de una época tan lejana como ajena pero cuyas palabras resuenan como propias al ser atemporales y por tanto universales: “No sé qué hacer; son dos mis pensamientos”.


En la época arcaica de la cultura griega (circa 600 a.c.) vivió una poetisa nacida en la isla de Lesbos llamada Safo. Hace tiempo encontré en una pequeña librería un trabajo comentado sobre esta figura (Pablo Ingberg, Safo, Antología, Editorial Losada, Argentina, 2003) y habiendo prestado el libro, increíblemente volvió a mis manos. Cuando paseaba por sus hojas me detuvo un verso: “Viniste, te anhelaba y refrescaste mi alma encendida de deseo”. Me ha parecido como el haikú que en la potencia de su brevedad conjuga todo un universo. Platón la llamó la Décima Musa haciendo alusión a las nueve musas de la Grecia arcaica que eran: Calíope (musa de la oratoria), Clío (musa de la historia), Erato (musa de la lírica), Euterpe (musa de la música), Melpómene (musa de la tragedia), Polimnia (musa de los cantos sagrados), Talía (musa de la comedia), Terpsícore (musa de la danza) y Urania (musa de la astronomía). Y aunque en esa Grecia poblada de talentosos varones también hubo algunas decenas de poetisas, ésta de quien hablamos se distinguió por ser apreciada por sus críticos y admiradores. Curiosamente coincide con el epíteto que se le puso también a Sor Juana Inés de la Cruz a la cual se le llamó “la Décima musa mexicana”.

Safo, como decía, nació en una isla, pero fundó una célebre escuela para mujeres: La casa de las servidoras de las musas donde además de aprender arte, literatura, poesía y música, las féminas se dedicaban a engarzar coronas de flores ya que muchas de ellas, si no eran destinadas al matrimonio, estaban ahí para consagrarse a Afrodita (más tarde en la época romana fueron consagradas al culto de la diosa Vesta).

A nuestra época solo han llegado cerca de doscientos fragmentos de poesía de este personaje, pero de acuerdo a una especie de enciclopedia bizantina se atribuyen a Safo “nueve libros de cantos líricos” y la reconstrucción de su vida descansa en las obras de Heródoto y Eusebio de Cesárea, entre otros.

Fuentes sin constatar indican que en la biblioteca de Alejandría fue quemada gran parte de su obra que gira en torno al amor, la muerte y la naturaleza, mencionando también a muchas de sus discípulas y muchos dioses del olimpo: “Al morirse yacerás y nunca habrá recuerdo de ti en lo sucesivo, pues parte alguna tienes en las rosas de Pieria, e ignota hasta en el Hades vagarás entre oscuros muertos revoloteando”.

Frente a la existencia de su obra, a las muchas versiones e interpretaciones de su vida y poca veracidad de los biógrafos, los especialistas han optado por analizar la obra literaria desde la filología: “Amor me ha sacudido el alma, como el viento desde el monte embiste las encinas”.

Entre la leyenda, la historia y la interpretación literaria se debate la figura de esta poetisa que deja rastros de una época tan lejana como ajena pero cuyas palabras resuenan como propias al ser atemporales y por tanto universales: “No sé qué hacer; son dos mis pensamientos”.