/ viernes 29 de enero de 2021

La puerta de Jano │ Vida y valor simbólico

Alessandro Boticcelli fue un pintor florentino del siglo XV que perteneció a una de las élites más reconocidas en la historia de la pintura y del Renacimiento Italiano. Protegido por el mecenazgo de los Medici destacó con obras como “la Primavera” y el “Nacimiento de Venus”. Y hoy se convierte en noticia al aparecer en los encabezados internacionales por una obra de su autoría subastada en Nueva York, nada menos que por la módica cantidad de 92 millones de dólares. Se trata del lienzo titulado: Joven sosteniendo un medallón, obra que permaneció más de 150 años en manos privadas y ahora sale a la luz. Aquellos que estamos tan lejos de tocar, ya no digo contemplar una obra de significación tan debatida como ésta, podremos decir que es casi un insulto hablar de tantos millones de dólares invertidos en una pequeña tabla que a nadie beneficia, ni le salva la muerte, ni le prolonga la vida. Pero el mundo del arte es así. El arte tiene de suyo un valor agregado en cualquier obra; es lo que Jean Baudrillard ha nombrado como el valor de uso, valor de cambio y valor simbólico. Las obras en sí tienen realmente el valor que les asigna un mercado y ese mercado oscila entre el valor material de la obra, la firma del autor, el tiempo que tiene de vida, los lugares en que ha sido expuesta, quién la poseyó, quién la vendió, quién la copió, quién la encargó.

Podríamos decir que para nuestra época las obras que se están produciendo en plena pandemia tendrán en un futuro no lejano un valor considerable por las circunstancias en que se realizan, por quién las está fabricando, en qué condiciones, bajo qué tipo de presión social, económica y política y para quién están pintando. Quiero referirme a mi amigo Luis Felipe de la Torre, quien después de haber expuesto en la Unidad Académica de Estudios de las Humanidades de la UAZ siguió produciendo -si se me permite la palabra- como un enajenado. Comenzó a pintar después de haber expuesto su viaje a Birmania y los colores con los que se expresaba tenían de suyo el colorido y la fuerza de sus fotografías. Jugando con colores terciarios ha ahondado en la magia de la geometría y destellos de luz de la naturaleza comprimiendo las formas y luchando entre ellas como todos los sentimientos acallados que sostienen a la humanidad en estos momentos.

Alessandro Boticcelli vivió una vida magnífica entre papas y duques, pero nuestros artistas actuales sufren y padecen el olvido de los mecenazgos. Además de contar con una habilidad o una genialidad artística deben saber gestionar su vida, sus obras, sus tiempos y sus sentimientos…ya no digo sus emociones. Hagamos consciencia de que el espíritu necesita, requiere, reclama al arte como nuestros pulmones al aire y que una obra de Luis Felipe podría siempre conceder paz y belleza en nuestras mentes como el Joven sosteniendo un medallón, para que no perdamos la cordura de la vida.

Alessandro Boticcelli fue un pintor florentino del siglo XV que perteneció a una de las élites más reconocidas en la historia de la pintura y del Renacimiento Italiano. Protegido por el mecenazgo de los Medici destacó con obras como “la Primavera” y el “Nacimiento de Venus”. Y hoy se convierte en noticia al aparecer en los encabezados internacionales por una obra de su autoría subastada en Nueva York, nada menos que por la módica cantidad de 92 millones de dólares. Se trata del lienzo titulado: Joven sosteniendo un medallón, obra que permaneció más de 150 años en manos privadas y ahora sale a la luz. Aquellos que estamos tan lejos de tocar, ya no digo contemplar una obra de significación tan debatida como ésta, podremos decir que es casi un insulto hablar de tantos millones de dólares invertidos en una pequeña tabla que a nadie beneficia, ni le salva la muerte, ni le prolonga la vida. Pero el mundo del arte es así. El arte tiene de suyo un valor agregado en cualquier obra; es lo que Jean Baudrillard ha nombrado como el valor de uso, valor de cambio y valor simbólico. Las obras en sí tienen realmente el valor que les asigna un mercado y ese mercado oscila entre el valor material de la obra, la firma del autor, el tiempo que tiene de vida, los lugares en que ha sido expuesta, quién la poseyó, quién la vendió, quién la copió, quién la encargó.

Podríamos decir que para nuestra época las obras que se están produciendo en plena pandemia tendrán en un futuro no lejano un valor considerable por las circunstancias en que se realizan, por quién las está fabricando, en qué condiciones, bajo qué tipo de presión social, económica y política y para quién están pintando. Quiero referirme a mi amigo Luis Felipe de la Torre, quien después de haber expuesto en la Unidad Académica de Estudios de las Humanidades de la UAZ siguió produciendo -si se me permite la palabra- como un enajenado. Comenzó a pintar después de haber expuesto su viaje a Birmania y los colores con los que se expresaba tenían de suyo el colorido y la fuerza de sus fotografías. Jugando con colores terciarios ha ahondado en la magia de la geometría y destellos de luz de la naturaleza comprimiendo las formas y luchando entre ellas como todos los sentimientos acallados que sostienen a la humanidad en estos momentos.

Alessandro Boticcelli vivió una vida magnífica entre papas y duques, pero nuestros artistas actuales sufren y padecen el olvido de los mecenazgos. Además de contar con una habilidad o una genialidad artística deben saber gestionar su vida, sus obras, sus tiempos y sus sentimientos…ya no digo sus emociones. Hagamos consciencia de que el espíritu necesita, requiere, reclama al arte como nuestros pulmones al aire y que una obra de Luis Felipe podría siempre conceder paz y belleza en nuestras mentes como el Joven sosteniendo un medallón, para que no perdamos la cordura de la vida.