/ miércoles 10 de junio de 2020

¿Solo en los Estados Unidos?

El pasado 25 de mayo sucedió algo que por desgracia es común. Al parecer nadie pensó que en esta ocasión las protestas para pedir justicia serían más grandes. La discriminación que sufren muchos en los Estados Unidos, entre ellos los afroamericanos como en este caso, no es algo nuevo y casi se ha normalizado. En nuestro tiempo algunas injusticias se hacen visibles con más facilidad, aunque muchas otras todavía no tanto. Nos falta largo camino por recorrer.

Los medios de comunicación hoy nos permiten vivir los hechos de manera más cercana e inmediata, y esto nos puede dar mayor empatía con los problemas. Cuando escuchamos hablar de asesinatos, de miseria, de dolor, si no conocemos a las personas, y ante tantas noticias de este tipo, es probable que no nos cause mucho impacto, aunque suene inhumano. A pesar de que no conocíamos a George Floyd, hemos podido ver el video de su detención, hemos escuchado su voz clamando “no puedo respirar”, y hemos visto los últimos momentos de su vida con la rodilla de uno de los policías sobre su cuello durante casi nueve minutos. Prácticamente lo vimos perder la vida, y esto ha conmovido y enardecido los ánimos de muchos en todo el mundo con justa razón.

Podemos criticar a nuestros vecinos, considerarlos racistas, xenófobos, pero en México no estamos exentos de esto. El caso de Giovanni López en Jalisco muestra lo que también aquí vivimos. La discriminación y el maltrato no son un problema solo de la policía, aunque matar a alguien supera todo parámetro. Sin embargo, esto tampoco justifica la violencia de algunos que han salido a protestar vandalizando y sembrando miedo. La anarquía y más violencia no pueden ser la solución.

Nuestras sociedades manifiestan cada vez más claramente la necesidad de cambios anhelados desde hace tiempo. Las autoridades juegan un papel importante en esto, y es triste constatar que el discurso de división prevalece entre algunos políticos no solo en los Estados Unidos. Se ha vuelto redituable politizar las diferencias y enfrentar a las personas, pero no hay que olvidar que “el que siembra vientos, cosecha tempestades”, y así sucede tarde o temprano.

Es fácil voltear a los Estados Unidos, criticar y pensar que así cooperamos a que las cosas mejoren, sin analizar nuestra propia realidad. La marginación que muchos sufren a diario en nuestro país por su apariencia, estatus social y motivos económicos, entre otros, no pueden dejarnos tranquilos. Lucrar con la necesidad, con la falta de oportunidades y desventajas que sufren muchos no es cristiano. Todo esto debe interpelar nuestra forma de vivir la fe. ¿De verdad somos tan creyentes y guadalupanos como creemos? ¡Gracias!

El pasado 25 de mayo sucedió algo que por desgracia es común. Al parecer nadie pensó que en esta ocasión las protestas para pedir justicia serían más grandes. La discriminación que sufren muchos en los Estados Unidos, entre ellos los afroamericanos como en este caso, no es algo nuevo y casi se ha normalizado. En nuestro tiempo algunas injusticias se hacen visibles con más facilidad, aunque muchas otras todavía no tanto. Nos falta largo camino por recorrer.

Los medios de comunicación hoy nos permiten vivir los hechos de manera más cercana e inmediata, y esto nos puede dar mayor empatía con los problemas. Cuando escuchamos hablar de asesinatos, de miseria, de dolor, si no conocemos a las personas, y ante tantas noticias de este tipo, es probable que no nos cause mucho impacto, aunque suene inhumano. A pesar de que no conocíamos a George Floyd, hemos podido ver el video de su detención, hemos escuchado su voz clamando “no puedo respirar”, y hemos visto los últimos momentos de su vida con la rodilla de uno de los policías sobre su cuello durante casi nueve minutos. Prácticamente lo vimos perder la vida, y esto ha conmovido y enardecido los ánimos de muchos en todo el mundo con justa razón.

Podemos criticar a nuestros vecinos, considerarlos racistas, xenófobos, pero en México no estamos exentos de esto. El caso de Giovanni López en Jalisco muestra lo que también aquí vivimos. La discriminación y el maltrato no son un problema solo de la policía, aunque matar a alguien supera todo parámetro. Sin embargo, esto tampoco justifica la violencia de algunos que han salido a protestar vandalizando y sembrando miedo. La anarquía y más violencia no pueden ser la solución.

Nuestras sociedades manifiestan cada vez más claramente la necesidad de cambios anhelados desde hace tiempo. Las autoridades juegan un papel importante en esto, y es triste constatar que el discurso de división prevalece entre algunos políticos no solo en los Estados Unidos. Se ha vuelto redituable politizar las diferencias y enfrentar a las personas, pero no hay que olvidar que “el que siembra vientos, cosecha tempestades”, y así sucede tarde o temprano.

Es fácil voltear a los Estados Unidos, criticar y pensar que así cooperamos a que las cosas mejoren, sin analizar nuestra propia realidad. La marginación que muchos sufren a diario en nuestro país por su apariencia, estatus social y motivos económicos, entre otros, no pueden dejarnos tranquilos. Lucrar con la necesidad, con la falta de oportunidades y desventajas que sufren muchos no es cristiano. Todo esto debe interpelar nuestra forma de vivir la fe. ¿De verdad somos tan creyentes y guadalupanos como creemos? ¡Gracias!