/ miércoles 13 de mayo de 2020

Vida espiritual sin sacramentos

Hace ya varias semanas se suspendieron las Misas con presencia de fieles, así como la celebración de otros sacramentos. Por ahora hay que conformarse con participar en la Eucaristía a través de los medios digitales. Es bonito constatar que esto ha llevado a muchas personas a valorar este misterio de nuestra fe, y a que crezca su amor por los sacramentos.

Algunos se resistieron en su momento a aceptar estas medidas, y otros quizá todavía consideran que nunca se debieron haber tomado. La Iglesia no vive ajena al mundo, y a lo que sucede alrededor. Somos también responsables de detener la pandemia. La fe no es un amuleto. Sería tentar a Dios suponer que solo por ser creyentes somos inmunes al virus y que no haría falta cuidarnos, ni cuidar a los demás.

Es cierto que no hay que acostumbrarnos a una vida de fe a distancia, y así nos lo ha recordado el Papa Francisco. Sin embargo, por ahora el encuentro con Dios exige otra dinámica. Nuestra relación con Él no es solo lo que hacemos, sino sobre todo lo que Él hace en nosotros cuando lo buscamos con sinceridad en respuesta a su amor. Podemos caer en la tentación de creer que somos buenos porque cumplimos ciertos preceptos, y como ahora no es posible alimentar la vida espiritual con los sacramentos de forma presencial, se concluiría que estamos fallando.

Nuestra relación con Dios no se reduce a cumplir normas de piedad; son parte de ella, pero no es todo. En condiciones normales, a través de los sacramentos Dios nos concede su gracia, es decir su ayuda, el Espíritu Santo, para que podamos vivir como buenos creyentes que se esfuerzan, a veces venciendo y otras fracasando, pero siempre luchando.

No pensemos que por no tener por ahora la posibilidad de vivir de los sacramentos, Dios no está cerca, o que le hemos “amarrado las manos” para hacerse presente en nuestras vidas. Sería tener una idea muy materialista de Dios y de la gracia que nos concede, como si solo pudiéramos obtenerla cuando “vamos por ella” a los templos. Las medidas restrictivas para detener la pandemia no lo han alejado de nosotros.

Desde nuestras casas también podemos hacer oración, meditar la Biblia, participar en Misa a través de las redes, rezar el Santo Rosario y sobre todo ser buenos con los que tenemos alrededor. Este tiempo es una oportunidad de madurar en nuestra fe. Nuestra relación con Dios no se limita a los sacramentos, sin rebajar en nada su importancia. Son tiempos especiales, y esto exige una vida espiritual diferente, pero no por eso es menos real nuestro trato con Él. ¡Gracias!

Hace ya varias semanas se suspendieron las Misas con presencia de fieles, así como la celebración de otros sacramentos. Por ahora hay que conformarse con participar en la Eucaristía a través de los medios digitales. Es bonito constatar que esto ha llevado a muchas personas a valorar este misterio de nuestra fe, y a que crezca su amor por los sacramentos.

Algunos se resistieron en su momento a aceptar estas medidas, y otros quizá todavía consideran que nunca se debieron haber tomado. La Iglesia no vive ajena al mundo, y a lo que sucede alrededor. Somos también responsables de detener la pandemia. La fe no es un amuleto. Sería tentar a Dios suponer que solo por ser creyentes somos inmunes al virus y que no haría falta cuidarnos, ni cuidar a los demás.

Es cierto que no hay que acostumbrarnos a una vida de fe a distancia, y así nos lo ha recordado el Papa Francisco. Sin embargo, por ahora el encuentro con Dios exige otra dinámica. Nuestra relación con Él no es solo lo que hacemos, sino sobre todo lo que Él hace en nosotros cuando lo buscamos con sinceridad en respuesta a su amor. Podemos caer en la tentación de creer que somos buenos porque cumplimos ciertos preceptos, y como ahora no es posible alimentar la vida espiritual con los sacramentos de forma presencial, se concluiría que estamos fallando.

Nuestra relación con Dios no se reduce a cumplir normas de piedad; son parte de ella, pero no es todo. En condiciones normales, a través de los sacramentos Dios nos concede su gracia, es decir su ayuda, el Espíritu Santo, para que podamos vivir como buenos creyentes que se esfuerzan, a veces venciendo y otras fracasando, pero siempre luchando.

No pensemos que por no tener por ahora la posibilidad de vivir de los sacramentos, Dios no está cerca, o que le hemos “amarrado las manos” para hacerse presente en nuestras vidas. Sería tener una idea muy materialista de Dios y de la gracia que nos concede, como si solo pudiéramos obtenerla cuando “vamos por ella” a los templos. Las medidas restrictivas para detener la pandemia no lo han alejado de nosotros.

Desde nuestras casas también podemos hacer oración, meditar la Biblia, participar en Misa a través de las redes, rezar el Santo Rosario y sobre todo ser buenos con los que tenemos alrededor. Este tiempo es una oportunidad de madurar en nuestra fe. Nuestra relación con Dios no se limita a los sacramentos, sin rebajar en nada su importancia. Son tiempos especiales, y esto exige una vida espiritual diferente, pero no por eso es menos real nuestro trato con Él. ¡Gracias!