/ jueves 19 de noviembre de 2020

La puerta de Jano │ Deserción y educación

Hace cinco días El Economista anunció el cálculo de 245 000 jóvenes desertores de Educación Superior. Esta investigación, basada en cifras de la Secretaría de Educación Pública, surgió de un conversatorio realizado en la ciudad de México, con ponentes de universidades públicas y privadas. Nos correspondería averiguar en el país cuántos de nuestros alumnos se han perdido en el desánimo, la imposibilidad tecnológica, la falta de refuerzos familiares y un sinfín de motivos que cada vez nos confirman que el 2020 será un hito en la historia de la educación en México.

He llamado a esta entrega deserción y educación porque la deserción en nuestro entorno no sólo se está manifestando en la escuela; también en el trabajo, en el auto empleo y la (des) motivación personal para seguirse preparando.

Si bien los griegos acuñaron un término llamado escoleia que significaba placer y es de donde deriva el vocablo escuela; en nuestros momentos actuales, con base en un sistema de aprendizaje para la producción, la escuela – a decir de lo que visualizamos - ni genera placer, ni tampoco riqueza – la promesa del capitalismo -. De ahí la importancia de cambiar el término o el método. El constructivismo supuso que la pedagogía fincada en aportar al estudiante las herramientas para construir sus problemas y soluciones cognitivas, serviría para avanzar en el conocimiento. Con lo que no contaba esta corriente es que esas herramientas para el aprendizaje llamadas TICs (Tecnologías de la Información de la Comunicación) iban a colapsar en un escenario de pandemia mundial en países como el nuestro.

Así pues hemos visto que el Derecho a la Educación de todo ciudadano del mundo se ha visto menguado, no por voluntad de los jefes de estado, sino por una triste realidad que es la falta de una gran red de comunicación que, nunca se previó, habría de lesionar nuestra diaria comunicación, el diálogo sostenido, la investigación de las ciencias duras y las sociales, el intercambio de ideas y la sostenibilidad de los proyectos individuales y colectivos.

El anuncio de la pandemia en México cayó como un meteorito. Nadie lo conocía, ni sabía cuánto tiempo tardaría en “pasar” por nuestro territorio, pero se hospedó intempestivamente sin estar preparados para ello. No hablo del sector salud, sino del educativo. La SEP marcó pautas a diestra y siniestra y supuso que todos los estudiantes contaban con una computadora en casa, acceso a plataformas de paga, aplicaciones, etcétera. Olvidaron que una familia promedio en México se compone de dos a cinco niños en edad escolar, por lo cual una computadora se convertiría en la manzana de la discordia a la hora de conectarse o hacer tareas.

En este escenario los padres se transforman en los depositarios y transmisores del saber en casos extremos, pero ¿qué hacer con los jóvenes que van a educación superior? Y aún más ¿qué hacer con los que ya desertaron? ¿Cómo harán las universidades para mantener su matrícula escolar? Tecnología, inversión y diplomacia son sin dudarlo apenas unas de las soluciones.


Hace cinco días El Economista anunció el cálculo de 245 000 jóvenes desertores de Educación Superior. Esta investigación, basada en cifras de la Secretaría de Educación Pública, surgió de un conversatorio realizado en la ciudad de México, con ponentes de universidades públicas y privadas. Nos correspondería averiguar en el país cuántos de nuestros alumnos se han perdido en el desánimo, la imposibilidad tecnológica, la falta de refuerzos familiares y un sinfín de motivos que cada vez nos confirman que el 2020 será un hito en la historia de la educación en México.

He llamado a esta entrega deserción y educación porque la deserción en nuestro entorno no sólo se está manifestando en la escuela; también en el trabajo, en el auto empleo y la (des) motivación personal para seguirse preparando.

Si bien los griegos acuñaron un término llamado escoleia que significaba placer y es de donde deriva el vocablo escuela; en nuestros momentos actuales, con base en un sistema de aprendizaje para la producción, la escuela – a decir de lo que visualizamos - ni genera placer, ni tampoco riqueza – la promesa del capitalismo -. De ahí la importancia de cambiar el término o el método. El constructivismo supuso que la pedagogía fincada en aportar al estudiante las herramientas para construir sus problemas y soluciones cognitivas, serviría para avanzar en el conocimiento. Con lo que no contaba esta corriente es que esas herramientas para el aprendizaje llamadas TICs (Tecnologías de la Información de la Comunicación) iban a colapsar en un escenario de pandemia mundial en países como el nuestro.

Así pues hemos visto que el Derecho a la Educación de todo ciudadano del mundo se ha visto menguado, no por voluntad de los jefes de estado, sino por una triste realidad que es la falta de una gran red de comunicación que, nunca se previó, habría de lesionar nuestra diaria comunicación, el diálogo sostenido, la investigación de las ciencias duras y las sociales, el intercambio de ideas y la sostenibilidad de los proyectos individuales y colectivos.

El anuncio de la pandemia en México cayó como un meteorito. Nadie lo conocía, ni sabía cuánto tiempo tardaría en “pasar” por nuestro territorio, pero se hospedó intempestivamente sin estar preparados para ello. No hablo del sector salud, sino del educativo. La SEP marcó pautas a diestra y siniestra y supuso que todos los estudiantes contaban con una computadora en casa, acceso a plataformas de paga, aplicaciones, etcétera. Olvidaron que una familia promedio en México se compone de dos a cinco niños en edad escolar, por lo cual una computadora se convertiría en la manzana de la discordia a la hora de conectarse o hacer tareas.

En este escenario los padres se transforman en los depositarios y transmisores del saber en casos extremos, pero ¿qué hacer con los jóvenes que van a educación superior? Y aún más ¿qué hacer con los que ya desertaron? ¿Cómo harán las universidades para mantener su matrícula escolar? Tecnología, inversión y diplomacia son sin dudarlo apenas unas de las soluciones.