/ jueves 3 de diciembre de 2020

La puerta de Jano │ Entre lo clásico y lo práctico

Cuando estudiaba teatro y tuve oportunidad de conocer a Shakespeare, Emilio Carballido, Alejandro Casona, entre otros; me di cuenta de lo que significaba una obra clásica y supe que ésta era aquella que podía ser aludida en diferentes momentos y espacios de la vida, del mundo, de la historia; es decir, no tenía temporalidad. Cualquier pensador, poeta, político, educador, puede utilizar los argumentos, síntesis, párrafos o citaciones de estos colosales autores y funcionar adecuadamente para una lección de vida, consejo, admonición, recomendación, exhortación.

Quiero referirme a la Cartilla Moral que oficialmente se pone en nuestras manos, dizque para dignificar a nuestro país. Ni yo, ni mis amables lectores podríamos poner en duda el valor universal que esta Cartilla representó en su momento, viniendo de la sólida pluma de un autor de gran envergadura como Alfonso Reyes. Erudito, abogado, escritor, traductor, ensayista, diplomático, poeta, co-fundador del Ateneo de la Juventud; amigazo de Antonio Caso, Pedro Enríquez Ureña, José Vasconcelos, (Rector de la Universidad Nacional y Secretario de Instrucción Pública). ¿De qué tiempos hablamos? Adivinaron: de hace casi un siglo. Fue encargada por el Secretario de Educación Jaime Torres Bodet a José Luis Martínez su secretario particular en 1944, quien actuó como emisor y mediador entre aquel y Alfonso Reyes. (“La historia de la cartilla Moral” en Letras Libres).

Alfonso Reyes había sido educado en España. Y en Madrid, Paris, Roma y Nueva York desempeñó diversos cargos diplomáticos. Embajador en Argentina, cargaba con un fuerte legado de autores clásicos como: Homero, Platón, Esquilo, Sófocles. La comisión de escribir una Cartilla Moral implicaba recurrir a las fuentes clásicas de los universales: el bien, lo bello, la virtud, la decencia…y algo muy claro, al menos para su época: la moral.

Cuando el mentado documento fue desempolvado y distribuido con la fotogénica imagen de cuatro personajes (atemporales todos ellos): Sor Juana Inés de la Cruz, Josefa Ortiz de Domínguez, Benito Juárez y Francisco I Madero, tuvimos una especie de shock. La misma ha sido incluida para su uso y difusión en los Programas Emergentes de Actualización del Maestro y de Reformulación de Contenidos y Materiales Educativos. El documento consta de unas 29 cuartillas más menos y viene engalanada con efigies de la historia de México (héroes y heroínas), aspectos de la cultura material mexicana, resúmenes, créditos y página legal. Leerla invita a la paz, al sosiego, invita a portarse bien, a ser bueno y buena, a magnificar valores como: la familia, el estado, la naturaleza, el cuidado del cuerpo y del alma, la bondad y la maldad.

Aquí el tema es si una obra clásica puede ser práctica. Frente a una economía desvencijada (caída del PIB del 0.8% en 2020); un estado de alerta constante en materia de seguridad nacional; un cambio irreversible del concepto clásico de “familia” y una transformación desorbitada de las nuevas generaciones, no me resta sino preguntar: ¿A quién va dirigida esta retahíla de consejos morales si nuestras costumbres están tan violentadas, tan dislocadas, tan abrumadora y alarmantemente corruptas? Los leo.

Cuando estudiaba teatro y tuve oportunidad de conocer a Shakespeare, Emilio Carballido, Alejandro Casona, entre otros; me di cuenta de lo que significaba una obra clásica y supe que ésta era aquella que podía ser aludida en diferentes momentos y espacios de la vida, del mundo, de la historia; es decir, no tenía temporalidad. Cualquier pensador, poeta, político, educador, puede utilizar los argumentos, síntesis, párrafos o citaciones de estos colosales autores y funcionar adecuadamente para una lección de vida, consejo, admonición, recomendación, exhortación.

Quiero referirme a la Cartilla Moral que oficialmente se pone en nuestras manos, dizque para dignificar a nuestro país. Ni yo, ni mis amables lectores podríamos poner en duda el valor universal que esta Cartilla representó en su momento, viniendo de la sólida pluma de un autor de gran envergadura como Alfonso Reyes. Erudito, abogado, escritor, traductor, ensayista, diplomático, poeta, co-fundador del Ateneo de la Juventud; amigazo de Antonio Caso, Pedro Enríquez Ureña, José Vasconcelos, (Rector de la Universidad Nacional y Secretario de Instrucción Pública). ¿De qué tiempos hablamos? Adivinaron: de hace casi un siglo. Fue encargada por el Secretario de Educación Jaime Torres Bodet a José Luis Martínez su secretario particular en 1944, quien actuó como emisor y mediador entre aquel y Alfonso Reyes. (“La historia de la cartilla Moral” en Letras Libres).

Alfonso Reyes había sido educado en España. Y en Madrid, Paris, Roma y Nueva York desempeñó diversos cargos diplomáticos. Embajador en Argentina, cargaba con un fuerte legado de autores clásicos como: Homero, Platón, Esquilo, Sófocles. La comisión de escribir una Cartilla Moral implicaba recurrir a las fuentes clásicas de los universales: el bien, lo bello, la virtud, la decencia…y algo muy claro, al menos para su época: la moral.

Cuando el mentado documento fue desempolvado y distribuido con la fotogénica imagen de cuatro personajes (atemporales todos ellos): Sor Juana Inés de la Cruz, Josefa Ortiz de Domínguez, Benito Juárez y Francisco I Madero, tuvimos una especie de shock. La misma ha sido incluida para su uso y difusión en los Programas Emergentes de Actualización del Maestro y de Reformulación de Contenidos y Materiales Educativos. El documento consta de unas 29 cuartillas más menos y viene engalanada con efigies de la historia de México (héroes y heroínas), aspectos de la cultura material mexicana, resúmenes, créditos y página legal. Leerla invita a la paz, al sosiego, invita a portarse bien, a ser bueno y buena, a magnificar valores como: la familia, el estado, la naturaleza, el cuidado del cuerpo y del alma, la bondad y la maldad.

Aquí el tema es si una obra clásica puede ser práctica. Frente a una economía desvencijada (caída del PIB del 0.8% en 2020); un estado de alerta constante en materia de seguridad nacional; un cambio irreversible del concepto clásico de “familia” y una transformación desorbitada de las nuevas generaciones, no me resta sino preguntar: ¿A quién va dirigida esta retahíla de consejos morales si nuestras costumbres están tan violentadas, tan dislocadas, tan abrumadora y alarmantemente corruptas? Los leo.