/ viernes 20 de marzo de 2020

La puerta de Jano │ Lo que natura non da, Salamanca non presta

Este es un proverbio latino que aparece esculpido en la fachada principal de la Universidad de Salamanca, España. Y significa que todo aquel que no haya nacido con memoria, entendimiento, inteligencia y hasta categoría, si bien haya pasado por alguna universidad seguirá siendo tosco, ignorante, retrógrado y poco de fiar. Ese dicho, que fue inmortalizado en ese magno edificio por el que pasaran Fray Luis de León, Francisco de Vitoria, San Juan de la Cruz, Antonio de Nebrija, Bartolomé de las Casas, Luis de Góngora y Miguel de Unamuno, entre otros, tiene aun vigencia al referirse a alguien que ha conseguido un grado de licenciado, maestro o doctor, y aun sigue conservando sus primigenias costumbres, modos de pensar, hábitos poco honorables y un largo etcétera con los cuales muchas veces nos hemos tropezado. Y digo tropezado porque encontrar este tipo de ciudadanos debemos considerarlo como un infortunio. Pues, ¿a qué viene tanto gasto del Estado y de nuestra sociedad si en el intento de formar personas distinguidas y acreditadas muchas veces vemos como la inversión se derrama como a la lechera el preciado líquido cuando va cantando por el camino?

Créanme, no me voy a poner a denunciar - que ese no es mi propósito al menos en este escrito - pero qué gran impotencia y frustración nos embargan cuando constatamos que la “educación formal” no es garantía de aprecio y credibilidad. La universidad pública echa mano de muchas personas para formar sus cuadros, pero abundan aquellas que - como dice el dicho - parece que no hubieran pasado por un pupitre, sencillamente no ejercen gobernabilidad. Es vergonzoso verlas (a esas personas) tomarse a la ligera un problema de Estado (hablo del Estado de la Educación) y hacer de sus más banales caprichos una política de Estado. Mi pregunta es: ¿cómo llegaron hasta allí? No es difícil adivinarlo. Llegaron respaldados por una mano que mece la cuna, con intereses personales reales, contantes y sonantes. Porque ¿a quién le molesta ser admirado, obedecido y hasta temido? A nadie, está en nuestra naturaleza humana. Con el permiso social de todos los que lo llevaron hasta ahí hará lo que su conciencia le dicte, no lo que pueda ser estructuralmente lógico, apegado a derecho, al bien común, a la resolución de problemas. Simplemente actuará a capricho, quizás presionado por las circunstancias, movido por consejillos de aquí y de allá, por lo que le dicten sus patrocinadores, pero nunca lo que haya aprendido en sus lecciones de matemáticas puras, ciencias sociales, ética mucho menos. Siempre estará denostando el conocimiento privilegiando la improvisación, salir del paso, atender el problema más urgente, aunque no sea el más importante.

Por eso le advierto, la próxima vez que se encuentre con esos ejemplares, no rezongue, no se queje, como yo. Usted los dejó llegar. Analícelos, descúbralos y verá que ese latinajo dice la verdad: “Lo que natura non da, Salamanca non presta”.

Este es un proverbio latino que aparece esculpido en la fachada principal de la Universidad de Salamanca, España. Y significa que todo aquel que no haya nacido con memoria, entendimiento, inteligencia y hasta categoría, si bien haya pasado por alguna universidad seguirá siendo tosco, ignorante, retrógrado y poco de fiar. Ese dicho, que fue inmortalizado en ese magno edificio por el que pasaran Fray Luis de León, Francisco de Vitoria, San Juan de la Cruz, Antonio de Nebrija, Bartolomé de las Casas, Luis de Góngora y Miguel de Unamuno, entre otros, tiene aun vigencia al referirse a alguien que ha conseguido un grado de licenciado, maestro o doctor, y aun sigue conservando sus primigenias costumbres, modos de pensar, hábitos poco honorables y un largo etcétera con los cuales muchas veces nos hemos tropezado. Y digo tropezado porque encontrar este tipo de ciudadanos debemos considerarlo como un infortunio. Pues, ¿a qué viene tanto gasto del Estado y de nuestra sociedad si en el intento de formar personas distinguidas y acreditadas muchas veces vemos como la inversión se derrama como a la lechera el preciado líquido cuando va cantando por el camino?

Créanme, no me voy a poner a denunciar - que ese no es mi propósito al menos en este escrito - pero qué gran impotencia y frustración nos embargan cuando constatamos que la “educación formal” no es garantía de aprecio y credibilidad. La universidad pública echa mano de muchas personas para formar sus cuadros, pero abundan aquellas que - como dice el dicho - parece que no hubieran pasado por un pupitre, sencillamente no ejercen gobernabilidad. Es vergonzoso verlas (a esas personas) tomarse a la ligera un problema de Estado (hablo del Estado de la Educación) y hacer de sus más banales caprichos una política de Estado. Mi pregunta es: ¿cómo llegaron hasta allí? No es difícil adivinarlo. Llegaron respaldados por una mano que mece la cuna, con intereses personales reales, contantes y sonantes. Porque ¿a quién le molesta ser admirado, obedecido y hasta temido? A nadie, está en nuestra naturaleza humana. Con el permiso social de todos los que lo llevaron hasta ahí hará lo que su conciencia le dicte, no lo que pueda ser estructuralmente lógico, apegado a derecho, al bien común, a la resolución de problemas. Simplemente actuará a capricho, quizás presionado por las circunstancias, movido por consejillos de aquí y de allá, por lo que le dicten sus patrocinadores, pero nunca lo que haya aprendido en sus lecciones de matemáticas puras, ciencias sociales, ética mucho menos. Siempre estará denostando el conocimiento privilegiando la improvisación, salir del paso, atender el problema más urgente, aunque no sea el más importante.

Por eso le advierto, la próxima vez que se encuentre con esos ejemplares, no rezongue, no se queje, como yo. Usted los dejó llegar. Analícelos, descúbralos y verá que ese latinajo dice la verdad: “Lo que natura non da, Salamanca non presta”.