/ viernes 10 de julio de 2020

La puerta de Jano │ Pandemia y calendario escolar

La pandemia en México nos ha mostrado una vez más cuáles son las ventajas de ser un país basado en un sistema político federal. Las distintas caras de un virus y sus extraños comportamientos, han obligado a cada estado de la República Mexicana a tomar medidas disímiles, escalonadas y acordes a su volátil y cruel conducta.

El ramo de la educación no ha sido la excepción. Esteban Moctezuma Barragán, Secretario de Educación Pública, explicó en un comunicado que: a fin de garantizar la seguridad y salud de toda la comunidad del Sistema Educativo Nacional, el inicio del Ciclo Escolar 2020-2021 se realizaría con base en el semáforo epidemiológico de cada entidad.

Fue realmente una verdad de Perogrullo. Ya cada estado estaba decidiendo sus propias salidas de emergencia y aunque el sistema de la educación básica y media habría de latir al unísono, no fue así con las entidades de educación superior.

Las universidades públicas, las privadas, los institutos, las academias, los centros de investigación han tenido que sentarse a fabricar políticas de emergencia para soslayar los estragos de este extraño momento en la historia de la humanidad y cada una ha decidido su propia salida, de acuerdo, por supuesto, a sus necesidades académicas, políticas, operativas, tratando de evitar lesionar -por encima de todo- la continuidad de la vida universitaria.

Jaime Valls, Secretario General de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), decretó que los alumnos no volvieran a las aulas hasta el mes de agosto, pero hubo ya universidades que han declarado que todo su semestre agosto diciembre 2020 será en línea. Es el caso de la Universidad de Guanajuato.

La Universidad Anáhuac Puebla también regresa a clases en agosto, pero a distancia y lo mismo ocurre con la Universidad Autónoma de Zacatecas. Estas palabras suenan a frustración, tanto a los oídos de docentes cuya vida está volcada en sus estudiantes y sus investigaciones; como a los de los estudiantes cuyo sano crecimiento incluye la retroalimentación del saber y el convivir al lado de sus compañeros, de sus amigos, de sus camaradas de vida.

Estamos hablando de un año 2020 que nos detuvo los latidos; que si bien ha servido para revisarnos interiormente, por otra parte nos mutila. Me refiero a la convivencia con el otro, el espejearnos, entregarnos a los demás, aprender del otro y con el otro.

Dentro de esta gran tragedia hay universidades con problemas complejos que tratarán de ajustarse al reloj si es que vieron retrasadas sus actividades en el semestre enero-julio, comprometiéndose a adelantar procesos o movilizar la maquinaria en la misma dirección, pues de lo contrario quedaríamos atrapados entre las ruedas de un intempestivo carruaje.

Ponerse al día, aprender a des aprender, perder el recelo a los medios digitales, ganarles la batalla, son los retos a los que nos arroja esta inesperada racha. Cada universidad y cada estado planea cómo, cuándo y de qué manera evitar a toda costa interrumpir el crecimiento y la formación de los profesionistas del mañana.

La pandemia en México nos ha mostrado una vez más cuáles son las ventajas de ser un país basado en un sistema político federal. Las distintas caras de un virus y sus extraños comportamientos, han obligado a cada estado de la República Mexicana a tomar medidas disímiles, escalonadas y acordes a su volátil y cruel conducta.

El ramo de la educación no ha sido la excepción. Esteban Moctezuma Barragán, Secretario de Educación Pública, explicó en un comunicado que: a fin de garantizar la seguridad y salud de toda la comunidad del Sistema Educativo Nacional, el inicio del Ciclo Escolar 2020-2021 se realizaría con base en el semáforo epidemiológico de cada entidad.

Fue realmente una verdad de Perogrullo. Ya cada estado estaba decidiendo sus propias salidas de emergencia y aunque el sistema de la educación básica y media habría de latir al unísono, no fue así con las entidades de educación superior.

Las universidades públicas, las privadas, los institutos, las academias, los centros de investigación han tenido que sentarse a fabricar políticas de emergencia para soslayar los estragos de este extraño momento en la historia de la humanidad y cada una ha decidido su propia salida, de acuerdo, por supuesto, a sus necesidades académicas, políticas, operativas, tratando de evitar lesionar -por encima de todo- la continuidad de la vida universitaria.

Jaime Valls, Secretario General de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), decretó que los alumnos no volvieran a las aulas hasta el mes de agosto, pero hubo ya universidades que han declarado que todo su semestre agosto diciembre 2020 será en línea. Es el caso de la Universidad de Guanajuato.

La Universidad Anáhuac Puebla también regresa a clases en agosto, pero a distancia y lo mismo ocurre con la Universidad Autónoma de Zacatecas. Estas palabras suenan a frustración, tanto a los oídos de docentes cuya vida está volcada en sus estudiantes y sus investigaciones; como a los de los estudiantes cuyo sano crecimiento incluye la retroalimentación del saber y el convivir al lado de sus compañeros, de sus amigos, de sus camaradas de vida.

Estamos hablando de un año 2020 que nos detuvo los latidos; que si bien ha servido para revisarnos interiormente, por otra parte nos mutila. Me refiero a la convivencia con el otro, el espejearnos, entregarnos a los demás, aprender del otro y con el otro.

Dentro de esta gran tragedia hay universidades con problemas complejos que tratarán de ajustarse al reloj si es que vieron retrasadas sus actividades en el semestre enero-julio, comprometiéndose a adelantar procesos o movilizar la maquinaria en la misma dirección, pues de lo contrario quedaríamos atrapados entre las ruedas de un intempestivo carruaje.

Ponerse al día, aprender a des aprender, perder el recelo a los medios digitales, ganarles la batalla, son los retos a los que nos arroja esta inesperada racha. Cada universidad y cada estado planea cómo, cuándo y de qué manera evitar a toda costa interrumpir el crecimiento y la formación de los profesionistas del mañana.